De Alicia en el País de las Maravillas
Colección II - Cuentos para pensar
Fragmento
Cuando Alicia corrió tras el Conejo Blanco y cayó por el agujero donde él se había metido, comenzó la historia que todos conocemos. La de Alicia, ya que poco era lo que se había contado sobre él. Si quería saber más debía seguirlos, y eso es lo que hice: salté al agujero detrás de ellos.
A medida que bajaba por el hueco del árbol, flotando suavemente, los ojos del Conejo abandonaban la claridad de la superficie y comenzaban a distinguir los familiares estirpardos, rómbigos y artartúnicos que daban color a su mundo. Sus largas orejas percibían los túrpidos y los andrósidos que producían las cuerdas de algún oculto trino-acorde y que melodiosamente llenaban el espacio.
Descendía y su vista se iba acostumbrando a una negrura creciente que no dejaba de acentuarse, y cuando ya había llegado el punto en que uno podía creer que era absoluta, se llegaba a otro, aún más y más sombrío. Y es que, ¿dónde termina lo claro y empieza lo oscuro? Pero de a poco volvieron a aparecer los colores, el entorno comenzó a iluminarse. La caída se fue frenando hasta que hizo pie sobre una superficie de piedra lisa.
Antes de que el Conejo pudiera avanzar, un bulto pesado y desmadejado cayó con fuerza sobre él:
—¡Ay! ¿Qué es esto? ¡Ten cuidado! ¡Me aplastas! — protestó.
—Perdón, señor, me caí… ¿Dónde estoy? — preguntó una desorientada y balbuceante Alicia.
—¿Qué te crees? —contestó, molesto— ¿Casi me aplastas y encima haces preguntas? ¡Qué poca educación!
—Disculpe, señor Conejo, no lo hice a propósito, no era mi intención lastimarlo…
—¡No tengo tiempo, déjame! ¡Voy a llegar tarde! El Conejo Blanco salió corriendo. Cada tanto sacaba su reloj de bolsillo, lo agitaba y sostenía para mirarlo. Temía llegar retrasado al palacio donde su presencia era imprescindible para dar comienzo al juego de croquet anual. La Reina odiaba la impuntualidad y si no se daba prisa, mandaría cortar su cabeza: ella adoraba cortar cabezas y cualquier pretexto era bueno. (...)
* Desafiar la realidad tal como la conocemos es un desafío a nuestra soberbia. Silvia Scheinkman.