Habían acordado encontrarse el miércoles a las once en la Plaza de la Misericordia. Daniel y su abuelo, Alberto, no se habían visto hacía fácil año y medio por culpa del “corona”.
El joven tenía asueto porque se estaban haciendo refacciones en su escuela, y al abuelo, salvo que tuviera algún turno médico, le daba igual cualquier día, menos los sábados y domingos que eran para encontrarse con los amigos o la familia.
En la mañana soleada de marzo, sin tapa bocas, se dieron un fuerte abrazo y cada uno sintió unas palmadas en la espalda como muestra del afecto mutuo. Se miraron a los ojos y surgió amplia la sonrisa de alegría.
- ¡Que salto diste, me alcanzaste! -dijo el abuelo levantando la cabeza.
- Y vos igual que siempre, -contestó Daniel con picardía, para dejar contento a su abuelo.
Desde el centro de la plaza y en un banco a la sombra, tenían ante su vista los enormes pinos y ceibos, plantas florecidas; más lejos, en los límites de la plaza, la calesita girando, solitaria, y los concurridos juegos para niños.
La mañana y el buen ánimo predisponían a una charla que los pusiera al día de las novedades del joven y los recuerdos del adulto.
Se produjo un breve silencio: Daniel esperaba las repetidas preguntas: ¿te acordás Dani cuando fuimos a …? ¿Te acordás cuando en la “pile” de lona…?
Pero no. Esta vez Alberto preguntó:
- ¿Cómo van tus cosas Dani?
¡El abuelo estaba interesado en su vida! Sus ojos tomaron otra expresión,
tenía mucho para contar, pero debía ser cauteloso, el “abu” contaría a otros y…
- Comencé el quinto año, por ahora todo “tranqui”.
- ¿Tus compañeros, qué tal? Fue la lacónica respuesta.
- Muchos son amigos, otros no tanto. Nos conocemos desde el primer año.
Alberto, con su memoria antigua se acordó de aquel episodio de su primer año que lo marcó. ¿No querés probar un “faso”? le había preguntado el cabecilla en aquella situación. Probar ser varonil le impidió negarse a probar lo nuevo. Afortunadamente, el cigarrillo le hizo sentir mal y nunca tuvo el hábito de fumar.
Luego de un silencio, el abuelo, en forma indirecta, procuró saber:
- Se escucha que muchos jóvenes, y adultos también, comienzan a probar algunas…
Daniel captó el mensaje:
- Abu, quedate tranqui; nuestro grupo piensa en otras cosas.
- ¿Por ejemplo?, respondió sorprendido Alberto
- Por ejemplo, yo estoy con dudas entre seguir Ciencias Políticas o Programación, o Robótica, todavía no lo sé.
Sin dar tiempo para otra pregunta el nieto disparó lo suyo.
- ¿Cómo van los talleres? Te gustaba el de escritura creativa. ¿Seguís?
Escribías lindo; me acuerdo el del arquitecto que se hizo taxista y llegó a formar una empresa, ¿te acordás?
El abuelo Alberto sonreía y no pudo ocultar su propio dilema:
- Me hacían muchas correcciones y me faltaba muchísimo para escribir sin errores, pero, como ocurrió en otras ocasiones, cuando observo algo que me llama la atención, escribo a mi manera para expresar la sensación que me produce.
Daniel escuchaba al abuelo expresar sus dudas acerca de su relación con la escritura y sus sentimientos de la vida cotidiana. Vivía el presente.
Alberto levantó la cabeza indicando a Daniel un nido entre dos ramas gruesas del pino cercano. Hacía tiempo que no veía uno.
- Es el nido de barro de un hornero, parece que está vacío.
- ¿Estará abandonado? -preguntó Daniel, sorprendido por el giro de la conversación.
- Ya te voy a mostrar como vuela un hornero, sonrió el abuelo. Es un pájaro que sorprende con su comportamiento.
Y continuó, mirando hacia el nido vacío.
- Seguramente la pareja de horneros estará preparando otro para la nueva puesta de huevos, que serán empollados tanto por la hembra como por el macho y seguirán juntos mientras vivan. ¿No es extraordinario? -agregó- ¡Voy a escribir un cuento de esos horneros albañiles! -, exclamó de pronto, entusiasmado, al encontrar una nueva historia para relatar.
Daniel escuchó al abuelo, absorbiendo sus comentarios y admirando su determinación para con la escritura.
- Se está haciendo tarde, ¿vamos yendo Dani? tengo que hacer una compra ¿me acompañas?
Se incorporaron y mientras caminaban, Daniel apoyó el brazo sobre el hombro de su abuelo, como amigos.
- No te olvides, me mostrarías como vuela un hornero, -recordó el nieto.
- ¡Por supuesto!
Y con una sonrisa irónica y guiñando un ojo preguntó:
- ¿Te acordás cuando en la “pile” te enseñaba a nadar?, ante la sonrisa de su compinche, que no esperaba la siempre repetida pregunta.
Hicieron una parada en la verdulería. El abuelo se sorprendió por el importe y resignado pagó con un “hornero” de mil pesos y recibió de vuelto dos “evita” de cien.
Miró a Daniel y le preguntó, recordando su promesa.
- ¿Viste como voló el hornero?
Ambos, riendo de la humorada, siguieron caminando juntos, pero con el tapa boca cubriendo ahora parte de sus rostros.
El relato de un momento nada más, y sobre él flota la amorosidad de la relación entre abuelo y nieto, muy bien retratada. Gracias Abraham.